El corazón del Sertão
| 27 Enero, 2022
En la secuencia de contenidos en la celebración al centenario de nacimiento del Mestre Gabriel (a ser celebrado el 10 de febrero próximo), el Blog de la UDV publica hoy texto escrito en el 2013. En él, el autor presenta el ambiente en lo cual José Gabriel da Costa nació y pasó su infancia y juventud, marcado por la religiosidad y la cultura nordestinas.
Edson Lodi*
Ya se pasaron muchos días desde que el pequeño poblado de Coração de Maria acogió Manoel Gabriel da Costa e Prima Feliciana, los cuales, por su vez, guardaron sus hijos, entre ellos, José Gabriel da Costa. Niño que se hizo hombre, mestre de si y de tantos otros, nutriendo su memoria con la religiosidad y la cultura nordestinas de un pequeño Villarejo bahiano, entre la Mata Atlántica y la caatinga, en el corazón del sertão. De allá se hizo ciudadano del mundo.
Región próxima del recôncavo bahiano, sus primeros habitantes fueron los indígenas Paiaás, pertenecientes a la gran nación Tupi, que a lo largo de tiempo se mezclaron a los esclavos fugitivos y a los portugueses remanecientes de la colonización y de las Misiones Jesuíticas. Se ha formado así el denso y riquísimo manantial cultural en que el niño José moldó sus talentos, sus dones, su misión espiritual.
El sol inclemente calcinaba la tierra y la vida dura como las piedras, destiladas en el sudor de los habitantes en el plantío de yuca, maíz, frijol, tabaco. De la yuca se fabricaba la harina, principal fuente de alimento de los moradores de la región. La lida con el ganado y con los ovinos también exigía cuidados diarios.
La localidad del Retiro, donde se ubicaba la Hacienda Pedra Nova, también sufrió los rigores de la grande seca que asoló la Bahía el 1932. Ese acontecimiento marcó la memoria de Antônio Gabriel da Costa, uno de los hijos de la pareja. La descripción más dulce de la primera vez en que la imagen de su hermano, José Gabriel, es rescatada por su memoria se refiere a José Gabriel acompañando su padre, trayendo el precioso alimento – la yuca.
La música que permeaba el cotidiano de las familias, era usada para pedir clemencia a San Juan. Se rogaba que el agua fecundase el sertão y el corazón esperanzado de los sertanejos:
“San Juan si bien supieras/cuando era el día suyo/decía del cielo a la tierra/con placer y alegría. /En aquella fuente abismada/donde San Juan se bañaba/diamante era tanto/que los ángeles iluminaban. /Yo ofrezco este bendito/al señor San Juan/que nos libra de esta seca/para siempre amén, Jesús(…)”.
Don Manoel Gabriel, Doña Prima Feliciana e hijo – de la misma forma que otras familias sertanejas – mantenían en la fe su raíz y alentó para suportar las amarguras de sus vidas, secas como las piedras y el polvo del llano.
El 27 de septiembre, día de los Santos de devoción de Doña Prima, las voces agrestes afinadas con el simple vivir cantaban el bendito de São Cosme e São Damião. Manos morenas y negras batían compasadamente acompañando el bendito. El mugir del ganado en el corral, el balido de las ovejas y los cantos de los pájaros nocturnos eran parte de la tesitura musical, de preces que se elevaban al cielo ponteado de estrellas, donde la luna reinaba soberana y meiga.
Pies calzados en sandalias de cuero pisan el llano de barro batido. En la pared de la sala pintada de cal, imágenes de santos. Son fotografías atenuadas por el tiempo y por las miradas fieles, que sentían renovar sus esperanzas al simple mirar de sus contornos. En una pequeña mesa de madera, se quedaba el antiguo oratorio, pequeño altar, también de madera, de puertas siempre abiertas en los momentos de oración.
La voz de tía Rosa canta el bendito de los santos niños con devoción. Es acompañada por José Gabriel, que entona una segunda voz. Tía Rosa mira para aquel niño con una mirada de quien ver una mansa lluvia despejando el sertão en el rebrotar de las flores. “José es la cuerda de mi corazón” – decía ella.
Palabras cristalinas: la cuerda de mi corazón. Sentimiento tan claro que la prendía al sobrino, tan nuevo aún en las cosas del cielo. Ella ya amaba aquel que, entre tantos dones, un ya se desvelaba: el de amar y se hacer amado, prendiendo los corazones en lazos cautivos de bien querer. E en esas amarras de amor desatado de cualquier fantasía o egoísmo, su misión ya se prenunciaba, clareando…
Tiempos después, Mestre Gabriel reviste de palabras claras y sintonizadas con la espiritualidad el sentimiento sencillo del bendito, y lo tras para el Salón del Vegetal en forma de llamada.
El trabajo en la agricultura y con los animales que creaban para auxiliar en la sobrevivencia era arduo y continuo – pero constante también era la miel de la alegría. Los quehaceres, realizados sin el auxilio de maquinaria, eran repetitivos y tomaban largo tiempo. Para atenuar el cansancio y dar animo al trabajo, entonaban cantos de trabajo – a las batas de frijol, las chulas, de terreno, aboios y tantos otros. Nuevamente, la música rellenaba los espacios.
En los días de fiesta o al final de los esfuerzos conjuntos – cuando las familias se reunían -, se cambiaba los compases de las músicas. Se despertaban con alegría y harmonías en los sonidos generados por instrumentos fabricados por aquellas manos, callosas en el trato con la tierra, con los animales, pero ablandadas en los cariños para con la mujer amada. Se bailaba, entonces, las sambas de rueda, los juegos y tantos otras fiestas. José Gabriel, junto con sus hermanos, jugaba sus alegrías de muchacho.
¿Hasta qué punto la cultura de raíz nordestina y tan brasileña pudo imprimir sus marcar en la Obra que José Gabriel da Costa recreó en recordación y amor? Pienso no haber instrumentos para mensurarlo, si no por el corazón que late fuerte, eche de menos de algo que se no vivió.
Los cantares, los juegos, los cantos de devoción y trabajo. El lenguaje caboclo de aquel sertón de mi Dios. Los saberes, los afectos, las esperanzas, la lida y el destino. El cantar de los pájaros, los sonidos de los toscos instrumentos, las fibras de tantos corazones – todo permaneció en la memoria del niño, del hombre, del Mestre Gabriel.
E generosamente viene a ofertar ese tesoro, acrecido de delicados diamantes de luz finísima, tan simple – movimiento de nhambu a cosechar las gotas del agua orvallada de hierba para saciar su sed.
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*Edson Lodi es integrante del Cuadro de Mestres de la UDV y miembro del Consejo de la Administración General del Centro Espírita Beneficente Unión del Vegetal.
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